miércoles, 11 de agosto de 2021

Vivir, fluir, agradecer para creSer...

Llegar a una comunidad aborigen, no es una cuestión sencilla…

Cuando quise hacerlo, tuve que bajarme del acelere occidental moderno, y empezar a caminar a pie desnudo sobre los tiempos y pensamientos que se enraízan en la Tierra milenaria.

Para poder ser recibida en una comunidad necesitaba ser llevada y presentada al Jefe (Mburivichá) por alguien ya aceptado y reconocido como amigo dentro de ese grupo humano.

Eso me llevó tiempo. Hubo una primera opción que nunca se concretó, porque mi camino estaba señalado hacia Takuapí. Es que la misión del alma es ineludible…

Al llegar a la comunidad fui sincera: nada tenía yo para ayudarles, ni para resolver la dura e injusta realidad que vivían. Lo más que podía hacer es escucharles. Y eso hice: escuché su historia y me atravesó de mil maneras diferentes.

Desnudó ante mi asombro la increíble sincronicidad con la que la Vida teje sus hilos, y nos tiñe con los colores que son necesarios para que, allí donde nos pone, seamos útiles al dibujo que la mente universal ha diseñado.

Takuapí es una comunidad que llegó a donde ahora está, allá por 1980 y algo; al ser desalojada cuando era un pequeño grupo viviendo de manera tradicional en el monte natural del municipio de Garuhapé. Grupo humano que el gobierno en 1974 ignoró, vendiendo 40.000 has de monte nativo (con ellos dentro) a la pastera Celulosa Argentina S.A.; que taló durante décadas ese monte ancestral para plantar pino para que la sociedad blanca fuera al baño y tenga con qué limpiar sus desechos.

La empresa que se dedicó a procesar esa madera nativa durante décadas fue Arriazu, Moure y Garracino en una fábrica que se llamó Garumí, que dio origen a un pueblo integrado por las familias de sus empleados; que se llama aún existe: Garuhapé-Mi.

Mi papá trabajó durante diez años en Garumí, como jefe del aserradero.  Nosotros vivimos en Garuhapé-Mí durante mi infancia.  Mi hermano y yo jugábamos en el playón donde se apilaban los troncos que traían del monte que había sido el hogar de la gente que fue desalojada y terminó asentándose en Ruiz de Montoya dando origen a la comunidad Takuapí.

Allí me llevó la Vida para que encuentre respuestas a preguntas que no me había planteado nunca…

 


Y es que es así como La Vida nos enseña: poniéndonos delante situaciones que requieren de nuestro crecimiento para ser resueltas. 

Llegar y transitar la experiencia de Takuapí exigió una reconfiguración completa de mi Vida. Una reconfiguración que derrumbó prácticamente todo lo que eran mis sueños e ideales, para mostrarme una verdad mucho menos romántica de la realidad, pero sí mucho más profunda y exigente con el compromiso que elegimos asumir… Y vaya si lo elegí!!

Estuve visitando la comunidad por seis años.  Viajando desde Córdoba a Misiones con mis mellizos pequeños gracias a la ayuda permanente de mi madre.

En ese tiempo me tocó aprender respeto y paciencia.  Y también disfrutar del alma desbordante de gratitud cuando el aprendizaje asienta y da sus frutos. 

El proceso de aceptación en la comunidad llevó años.  A pesar de haber sido presentada por alguien aceptado y respetado por el Mburuvichá; cuando empecé a ir sola, a veces llegaba y no estaba Hilario para recibirme.  Me bajaba del auto y; aún cuando habían personas trabajando en la huerta lindante con la casa; nadie respondía mi saludo ni atendía a mi presencia hasta que Hilario llegaba.  Y cuando lo hacía, nos sentábamos a conversar sobre la Vida, en una comunidad que parecía desierta.  Nunca veía a nadie.  La gente simplemente se esfumaba.

Luego, con el paso del tiempo, todo eso fue cambiando.  Paulatinamente empezaron a aceptarme, más allá de Hilario; la comunidad empezó a abrirse.  Las mujeres ya se mostraban yendo y viniendo, les niñes jugaban alrededor… sentí que me aceptaban como una más del grupo; y 

eso llenó de plenitud mi alma, sentí que había llegado a casa.  Que ese era el grupo humano con el que mi alma se sentía abrazada y comprendida, y yo podía comprenderles a elles.

Entonces llegó el tiempo de grabar sus canciones para que escucharan en sus casas, una experiencia llena de magia, que sólo abrió la puerta a lo que realmente importaba: la Misión por la que allí me había llevado la Vida: estaban cortando los árboles del único y pequeño montecito que daba algo de Vida natural a quienes vivían allí. 

Las acciones legales, la gestión para contactar a la gente de E.M.I.P.A., las presentaciones ante el Ministerio de Ecología, la resolución en 2006 que reconocía ese montecito como territorio ancestral de la comunidad, en síntesis: la defensa y protección de ese pequeño trozo de vida natural que aún quedaba, en acto de sanación de la historia que nos unía… esa fue mi misión allí… porque cuando eso aconteció, mis viajes se hicieron cada vez más difíciles, hasta que me fue imposible volver a Takuapí. Mi camino se abrió hacia otros rumbos, llevando en mi interior la sabiduría que despertó el diálogo desde el alma con Hilario, el Mburuvichá de Takuapí.

 

Como les contaba, nuestros cuerpos son vehículos que transportan al alma, un trozo de chispa divina que vive la experiencia de consciencia y aprendizaje en este aquí y ahora… por eso, si no

s abrimos las corrientes de la Vida, podemos ver en primera fila, cómo discurren los escenarios que nos permiten vivir aquello que estamos destinad@s a vivir para aprender y sanar aquello para lo que hemos venido.

Así pues, una vez lograda la Resolución donde el Ministerio de Ecología de Misiones reconocía ese pequeño monte como territorio de la comunidad; otro camino se abrió ante mis pasos.

Con Rosana Asís y Analía Ballatore, mientras visitaba Takuapí, iniciamos una fundación para dar marco formal a las acciones y propuestas que nos movilizaban.  Rosana fue nuestra profesora, y 

nos abrió un horizonte filosófico maravilloso; desde el que significar, comprender y profundizar las experiencias de campo; presentándonos la obra de Rodolfo Kusch.

Así que cuando ya no viajé más, el camino se direccionó en el educar, compartir y transmitir el pensamiento de Kusch con toda la referencia vivencial de Misiones.  Así nació el proyecto de rescatar la obra etnográfica de Aníbal Montes y, gracias al apoyo de la Municipalidad de Córdoba en aquellos años (2007) pudimos publicar el libro “Geocultura de Córdoba – Aníbal Montes, pensamiento e investigación”. 

Y con ese libro, recorrer media provincia de Córdoba dando talleres, cursos y charlas sobre la herencia cultural ancestral de nuestra provincia.  Brindando a docentes la posibilidad de formarse para fortalecer la propuesta curricular que abre el espacio a la regionalización del currículum.

Pero eso fue solo el principio, porque todavía no estaban Los Cuentos de Pacha.




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