Llegar a una comunidad aborigen, no es una
cuestión sencilla…
Cuando quise hacerlo, tuve que bajarme del
acelere occidental moderno, y empezar a caminar a pie desnudo sobre los tiempos
y pensamientos que se enraízan en la Tierra milenaria.
Para poder ser recibida en una comunidad
necesitaba ser llevada y presentada al Jefe (Mburivichá) por alguien ya
aceptado y reconocido como amigo dentro de ese grupo humano.
Eso me llevó tiempo. Hubo una primera opción
que nunca se concretó, porque mi camino estaba señalado hacia Takuapí. Es que
la misión del alma es ineludible…
Al llegar a la comunidad fui sincera: nada
tenía yo para ayudarles, ni para resolver la dura e injusta realidad que vivían.
Lo más que podía hacer es escucharles. Y eso hice: escuché su historia y me
atravesó de mil maneras diferentes.
Desnudó ante mi asombro la increíble
sincronicidad con la que la Vida teje sus hilos, y nos tiñe con los colores que
son necesarios para que, allí donde nos pone, seamos útiles al dibujo que la
mente universal ha diseñado.
Takuapí es una comunidad que llegó a donde
ahora está, allá por 1980 y algo; al ser desalojada cuando era un pequeño grupo
viviendo de manera tradicional en el monte natural del municipio de Garuhapé. Grupo
humano que el gobierno en 1974 ignoró, vendiendo 40.000 has de monte nativo
(con ellos dentro) a la pastera Celulosa Argentina S.A.; que taló durante
décadas ese monte ancestral para plantar pino para que la sociedad blanca fuera
al baño y tenga con qué limpiar sus desechos.
La empresa que se dedicó a procesar esa
madera nativa durante décadas fue Arriazu, Moure y Garracino en una fábrica que
se llamó Garumí, que dio origen a un pueblo integrado por las familias de sus
empleados; que se llama aún existe: Garuhapé-Mi.
Mi papá trabajó durante diez años en
Garumí, como jefe del aserradero.
Nosotros vivimos en Garuhapé-Mí durante mi infancia. Mi hermano y yo jugábamos en el playón donde
se apilaban los troncos que traían del monte que había sido el hogar de la
gente que fue desalojada y terminó asentándose en Ruiz de Montoya dando origen
a la comunidad Takuapí.
Allí me llevó la Vida para que encuentre
respuestas a preguntas que no me había planteado nunca…
Y es que es así como La Vida nos enseña:
poniéndonos delante situaciones que requieren de nuestro crecimiento para ser
resueltas.
Llegar y transitar la experiencia de Takuapí
exigió una reconfiguración completa de mi Vida. Una reconfiguración que
derrumbó prácticamente todo lo que eran mis sueños e ideales, para mostrarme
una verdad mucho menos romántica de la realidad, pero sí mucho más profunda y exigente
con el compromiso que elegimos asumir… Y vaya si lo elegí!!
Estuve visitando la comunidad por seis
años. Viajando desde Córdoba a Misiones
con mis mellizos pequeños gracias a la ayuda permanente de mi madre.
En ese tiempo me tocó aprender respeto y
paciencia. Y también disfrutar del alma
desbordante de gratitud cuando el aprendizaje asienta y da sus frutos.
El proceso de aceptación en la comunidad
llevó años. A pesar de haber sido
presentada por alguien aceptado y respetado por el Mburuvichá; cuando empecé a
ir sola, a veces llegaba y no estaba Hilario para recibirme. Me bajaba del auto y; aún cuando habían
personas trabajando en la huerta lindante con la casa; nadie respondía mi
saludo ni atendía a mi presencia hasta que Hilario llegaba. Y cuando lo hacía, nos sentábamos a conversar
sobre la Vida, en una comunidad que parecía desierta. Nunca veía a nadie. La gente simplemente se esfumaba.
Luego, con el paso del tiempo, todo eso fue
cambiando. Paulatinamente empezaron a
aceptarme, más allá de Hilario; la comunidad empezó a abrirse. Las mujeres ya se mostraban yendo y viniendo,
les niñes jugaban alrededor… sentí que me aceptaban como una más del grupo; y
eso llenó de plenitud mi alma, sentí que había llegado a casa. Que ese era el grupo humano con el que mi
alma se sentía abrazada y comprendida, y yo podía comprenderles a elles.
Entonces llegó el tiempo de grabar sus
canciones para que escucharan en sus casas, una experiencia llena de magia, que
sólo abrió la puerta a lo que realmente importaba: la Misión por la que allí me
había llevado la Vida: estaban cortando los árboles del único y pequeño
montecito que daba algo de Vida natural a quienes vivían allí.
Las acciones legales, la gestión para
contactar a la gente de E.M.I.P.A., las presentaciones ante el Ministerio de
Ecología, la resolución en 2006 que reconocía ese montecito como territorio
ancestral de la comunidad, en síntesis: la defensa y protección de ese pequeño
trozo de vida natural que aún quedaba, en acto de sanación de la historia que
nos unía… esa fue mi misión allí… porque cuando eso aconteció, mis viajes se
hicieron cada vez más difíciles, hasta que me fue imposible volver a Takuapí.
Mi camino se abrió hacia otros rumbos, llevando en mi interior la sabiduría que
despertó el diálogo desde el alma con Hilario, el Mburuvichá de Takuapí.
Como les contaba, nuestros cuerpos son
vehículos que transportan al alma, un trozo de chispa divina que vive la
experiencia de consciencia y aprendizaje en este aquí y ahora… por eso, si no
s
abrimos las corrientes de la Vida, podemos ver en primera fila, cómo discurren
los escenarios que nos permiten vivir aquello que estamos destinad@s a vivir
para aprender y sanar aquello para lo que hemos venido.
Así pues, una vez lograda la Resolución
donde el Ministerio de Ecología de Misiones reconocía ese pequeño monte como
territorio de la comunidad; otro camino se abrió ante mis pasos.
Con Rosana Asís y Analía Ballatore,
mientras visitaba Takuapí, iniciamos una fundación para dar marco formal a las
acciones y propuestas que nos movilizaban.
Rosana fue nuestra profesora, y
nos abrió un horizonte filosófico
maravilloso; desde el que significar, comprender y profundizar las experiencias
de campo; presentándonos la obra de Rodolfo Kusch.
Así que cuando ya no viajé más, el camino
se direccionó en el educar, compartir y transmitir el pensamiento de Kusch con
toda la referencia vivencial de Misiones.
Así nació el proyecto de rescatar la obra etnográfica de Aníbal Montes
y, gracias al apoyo de la Municipalidad de Córdoba en aquellos años (2007)
pudimos publicar el libro “Geocultura de Córdoba – Aníbal Montes, pensamiento e
investigación”.
Y con ese libro, recorrer media provincia
de Córdoba dando talleres, cursos y charlas sobre la herencia cultural
ancestral de nuestra provincia.
Brindando a docentes la posibilidad de formarse para fortalecer la
propuesta curricular que abre el espacio a la regionalización del currículum.
Pero eso fue solo el principio, porque
todavía no estaban Los Cuentos de Pacha.