Deseo con todo mi Corazón, que esta memoria anide en los Corazones de todas las personas a las que le llegue, como semilla de bendición en estos tiempos que vivimos...
En el mes de Agosto, los vientos soplan con persistencia en
las Sierras. Las ráfagas cambian de
intensidad y dirección con ritmos aleatorios.
Los quehaceres cotidianos se vuelven desafíos estratégicos, para
aprovechar los momentos de calma en el exterior.
A veces a la Abuela le gusta sentarse mirando hacia el
Oeste, y quedarse escuchando y sintiendo los vaivenes del viento.
Hacia el Oeste del campo donde vive Pacha con su Abuela y
sus padres, la loma cae y, desde el fondo de la quebrada, sube el sonido del
agua que corre en el río. Desde el
sudoeste llegan las ráfagas de viento, cargadas de olores serranos que
recolectan en la loma del frente… y subiendo por la quebrada, pasan por el
patio de la casa haciendo cantar las ramas del algarrobo, y los remolinos de
tierra danzan su memoria sobre el patio.
Pacha y la Abuela, esa mañana, se sentaron bajo la sombra
del algarrobo a disfrutar del sol tibio y el viento que contaba historias
antiguas y presentes.
La Abuela guardaba silencio y de a ratos cerraba los ojos,
prestando más atención al murmullo de las ráfagas que la abrazaban a su paso.
Pacha la miraba, y se sentía feliz de estar a su lado
compartiendo los secretos que sólo se conocen con el corazón abierto y los
labios quietos.
En un momento, una ráfaga trajo enredado en sus dedos, un
aroma dulce y algo picante que jugó en la nariz de Pacha y alcanzando su pecho,
se escabulló hasta el corazón estremeciéndolo de felicidad. Entonces, giró la cabeza para compartir a la
Abuela lo que sentía, y vio que ella cerrando los ojos, inspiraba lento y hondo
mientras una sonrisa antigua, muy antigua, se dibujaba en su rostro.
Pacha respetó ese momento profundo de la Abuela.
Luego preguntó suavemente:
- - Abuelita, ¿qué era ese olor?
- - Es Suico, hijita. – respondió la Abuela, y su
mirada se perdió lejos, en un sueño brillante.
Pacha la miró silenciosamente, y descubrió unas gotitas que
destellaban en sus ojos… allí danzaban
las imágenes que la abuela soñaba.
Por una quebrada similar a la que hay hacia el Oeste allí en
su casa, bajaban hacia el río cristalino, cantando y riendo, mujeres mayores,
jóvenes y niñas en una tarde serena y tibia bajo el manto azul y el sol
luminoso en su viaje hacia frontera, entre las sierras y el cielo.
Las jóvenes tenían trenzas largas y hermosas. Al llegar al río, se quitaron las ropas y se
bañaron, jugando, salpicándose entre sí, en una deliciosa ceremonia de gratitud
a la Vida, a la Felicidad y al Amor Fraterno…
Cuando terminaron de bañarse, mientras las jóvenes se
vestían, algunas mujeres buscaron unas plantitas entre los pastos altos. Tenían unas flores muy pequeñitas, y muy
perfumadas. Llegando donde estaban las
jóvenes, les trenzaron los cabellos negros que destellaban chispas del sol que
se despedía con pereza. Y luego las
perfumaron con la esencia que extraían frotando las flores en sus manos, y
adornaron sus trenzas con plumas de colores y varillitas de metal que brillaban
con los reflejos del sol.
En ese instante, una brisa hizo bailar sus cabellos
perfumados, y subiendo por la quebrada, volvió a enredarse en la nariz de Pacha
y a estremecerle el corazón. Así tuvo la
intuición de que una de las jóvenes que se perfumaba debía ser la Abuela.
Cuando las doncellas estuvieron listas, el sol ya casi se
abrazaba con las crestas de las Sierras, y todo el grupo emprendió el camino de
regreso a la comunidad.
Allí se estaba organizando una gran fiesta. Una fogata enorme presidía el centro, y a su
alrededor, los hombres se preparaban para recibir a las mujeres que
llegaban. Un grupo de varones jóvenes
también se veían engalanados con hermosos vestidos, collares de semillas y
ornamentos de plumas que realzaban sus vinchas.
Cuando las jóvenes doncellas estuvieron próximas al centro,
ellos se adelantaron para recibirlas, y al ritmo de los tambores y sonajeros, iniciaron
una danza maravillosa alrededor del gran fuego central.
Pacha entendió que fueron los preparativos y la ceremonia de
unión entre las doncellas y los jóvenes varones, y entre ellos estaba su
Abuela.
Entonces la Abuela la miró, y en un susurro de viento le
dijo:
-
El Suico nos regalaba su aroma para que nos
embellezcamos para ese momento tan especial en que nos hacíamos uno con nuestro
compañero. Pero su obsequio más
importante era la Fuerza de Corazón, la Claridad para las Emociones, la Pureza
de Sentimientos, para que la elección fuera sincera, profunda, y que una vez
iniciado el camino, lo pudiéramos transitar con felicidad y armonía. A través de nosotras, las mujeres, llegaba
este presente a nuestro compañero, recordándonos y confirmándonos que es
nuestra misión, como mujeres transmitir al hombre la Sabiduría de la Tierra.
Hoy Tata Wayra te ha regalado
este recuerdo. Que el Suico acompañe tu
camino con Felicidad, Pureza y Fortaleza.
(cuando compartas este relato, te agradeceré tu compromiso para con la Memoria de la Tierra, honrando a Pacha que es quien la trae amorosamente a nuestra vida. Que la conciencia y el respeto nos una y nos fortalezca)